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El derecho de los chilangos a asustarse cuando tiembla

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En momentos tan difíciles lo que menos necesita el país es acusar a la población de la Ciudad de México de llorones o centralistas, lo que necesitamos es solidarizarnos.

En marzo del 2012 tuve la mala fortuna de vivir un temblor desde el piso trece de un edificio en el Centro Histórico de la Ciudad de México. La pasé fatal, todavía me acuerdo de mi compañera de oficina que abrazaba una usb con su tesis de licenciatura recién terminada, mientras yo la abrazaba a ella y otros más a las columnas del edificio. Cuando finalmente el temblor terminó, había gente en llantos, shock y ataques de pánico. Bajamos las escaleras con miedo y nos fuimos reuniendo en grupos para consolarnos mutuamente. No, nada grave sucedió, seguro la mayoría de la gente no se acuerda de ese temblor, pero para mí fue determinante.

La reacción de pánico de aquellos que se encontraban junto a mí y que recordaban otros temblores peores me causo una reacción mucho peor que la del movimiento del edificio, pues estaba claro que hay cosas como estas que no se olvidan fácilmente. Yo no me acuerdo de 1985, pero ese temblor del 2012 fue suficiente como para preguntar siempre si el edificio donde me encuentro tiene gatos hidráulicos o no. No puedo siquiera imaginarme los que sienten aquellos que perdieron familiares o posesiones materiales, o vivieron en carne y hueso el del 85 o cualquier otro desastre natural, mucho menos me atrevería a calificar como de exagerada sus reacciones.

Es por eso que hoy, cuando me desperté desde la lejanía con las noticias del temblor no pude sentir más que dolor por todos aquellos que hoy están viviendo las consecuencias de un fenómeno natural que no solo es impredecible sino prácticamente incontrolable. Pero mi solidaridad no solo es con aquellos mexicanos del sur del país que se enfrentan a terribles pérdidas materiales, es con todos aquellos a los que los temblores les dan miedo, les ocasionan ataques de pánico o ansiedad o les recuerda trágicos eventos que marcaron sus vidas.

Tristemente pareciera que en estas situaciones es fácil olvidar que nosotros no somos nadie para juzgar el miedo ajeno. La batalla "provincia vs. capital" tomó nuevos tonos el día de hoy y en vez de mostrar caras amigables y comprensivas, unos cuantos se pusieron a juzgar el miedo ajeno. Y perdón, pero en situaciones de desastre es lo que menos se necesita. Aquellos chilangos apanicados por el temblor tienen todo el derecho de estarlo y no se vale decirles "ya bájenle".

La batalla "provincia vs. capital" tomó nuevos tonos el día de hoy y en vez de mostrar caras amigables y comprensivas, unos cuantos se pusieron a juzgar el miedo ajeno.

Hayan vivido o no el temblor de 1985, la memoria colectiva de la ciudad tiene muy presente este hecho histórico (sobre todo en septiembre) y es imposible encontrar chilangos que no sepan de este trágico evento. Las consecuencias se mantienen vigentes hasta hoy, la generación que vivió el temblor y aquellas que no, pero que han crecido con las historias de este, saben las consecuencias que pueden traer consigo estos desastres y sus reacciones de miedo no solo deben respetarse sino entenderse y no tomarse a la ligera.

Nadie tiene derecho a juzgar el miedo ajenos y mucho menos a darle tintes políticos a una reacción natural, incluso visceral y que no controlamos ante un fenómeno de estas magnitudes. Un chilango asustado no implica un chilango indiferente. La mayoría de la gente no solo comparte en redes sociales sus miedos, sino también los centros de acopio para ayudar a los municipios más afectados. Y no veo ninguna razón por la cual podamos acusar de centralista al chilango que salió de su edificio en calzones a medianoche, y al cual no solo le dio frío, le dio miedo.

Recordemos también que gracias a la obsesión de la Ciudad de México con el temblor de 1985 contamos con equipos de rescate que han ayudado a miles de personas en el mundo víctimas de este tipo de desastres. Estoy segura que estas personas se encuentran en este momento en el sur del país haciendo todo lo que pueden para ayudar a aquellos más afectados.

Todos tenemos derecho a sentir miedo y nadie tiene derecho a juzgarnos por eso. En momentos tan difíciles lo que menos necesita el país es acusar a la población de la Ciudad de México de llorones o centralistas, lo que necesitamos es solidarizarnos como podamos y entender que los traumas que causan estos fenómenos son reales y no se deben menospreciar. La batalla por las quesadillas con queso y sin queso puede continuar mañana, pero qué tal si el día de hoy declaramos una tregua y nos ponemos a ayudar a los demás sea por que perdieron su casa hoy o hace 32 años.

* Este contenido representa la opinión del autor y no necesariamente la de HuffPost México.


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