Se definió el 2018. Mientras que el Frente se quedó en el jaloneo de puntos y comas, el PRI supo hacer lo que muy bien ha hecho por décadas: acaparar reflectores, jugar al sospechosismo político y encuadrar la discusión de las elecciones presidenciales en torno a su "destape". Basta y sobra con ver los titulares de los periódicos de estos días para confirmarlo: en una elección que parecía ser PAN/PRD – Morena, el PRI está de vuelta en la contienda.
Para Andrés Manuel López Obrador, el candidato "externo" del PRI es un reto comunicacional. Seguramente hubiera preferido a un Osorio ("el brazo derecho de Peña; el que no pudo con la inseguridad; el de Ayotzinapa y la fuga del Chapo"); a un Aurelio Nuño ("el hijo predilecto de Peña; otro niño bien; el de la reforma educativa"); o hasta a un Eruviel Ávila ("el sucesor de Peña; el de la corrupción en el Estado de México"; el que materializa todas las mañas del PRI"). Pero ¿qué puede decir AMLO en modo soundbite de José Antonio Meade? ¿Dónde puede golpearlo?
La fuerza de López Obrador está en generar frases memorables y fácilmente transmisibles. "Voto por voto"; "frijol con gorgojo"; "lo que diga mi dedito"; "cállate chachalaca". ¿Cuál va a ser su ingeniosa manera de dibujar a Meade –un candidato con bajos niveles de reconocimiento a nivel nacional- en el imaginario colectivo?
Nadie gana con repetir el 2006. Nadie gana con un México violento y además fragmentado.
Seguramente lo buscará por tres vías: primero, por la que conoce muy bien: intentar situarlo como candidato del PRIAN. Meade ha trabajado en tres sexenios diferentes, con ambos partidos y tendría sentido querer pintarlo como "el candidato de la mafia en el poder". Pero, ¿cómo lograrlo cuando el PAN tendrá a su propio candidato? Y más aún, cuando otra (ex)panista podría aparecer también en la boleta como candidata independiente. El argumento requiere explicaciones complejas, y eso a AMLO no le sirve.
La segunda vía es la de la tecnocracia; pintar a Meade como un "Chicago boy", igual a Salinas, que no conoce la realidad de los mexicanos. Ello, toda vez que diversas editoriales han buscado rápidamente dibujar a José Antonio Meade como un hombre de escritorio; de cifras y cálculos. Pero de elegir esa vía, López Obrador estaría olvidando algo: la elección del 2018 será definida, en gran medida, por votantes que poco recuerdan de los ochenta (¡o que no habían nacido en épocas de la "tecnocracia"!). Un dato a considerar: uno de cada tres votantes nació después de 1999. Además, ante un escenario de incertidumbre económica y un TLCAN frágil, ser un tecnócrata no será debilidad sino fortaleza.
Un dato a considerar: uno de cada tres votantes nació después de 1999.
La última, y quizás la más efectiva, es que López Obrador pretenda convertir a la contienda electoral en una lucha de clases sociales: la de ricos contra pobres. La de privilegiados contra oprimidos. Sería una apuesta arriesgada, y quizás alejada de la manera en que ha buscado reivindicarse con las élites económicas del país en los últimos años. Pero AMLO tiene mucho que ganar –a nivel discursivo- si vuelve a sus orígenes, cuando era el candidato de la "esperanza" y "de los pobres". El soundbite se escribe solo: es el pueblo contra el Meade-einato.
En el PRI, seguramente ya se cocina la estrategia para hacerle frente a esa posibilidad. No sorprenderá, de ser así, que en los próximos meses algunos periódicos vuelvan a hablar de la crisis económica en Venezuela; que Maduro ocupe las primeras planas con titulares sensacionalistas; y que el Andrés Manuel López Obrador vuelva a ser "un peligro para México."
Ese encuadre es el más peligroso para el país. Lo es, porque su eficacia está en exaltar divisiones sociales; en generar encono y abrir heridas que difícilmente se cierran después de una elección. Nadie gana con repetir el 2006. Nadie gana con un México violento y además fragmentado.
Ya se definió el 2018. Ahora toca a las campañas decidir si sus propuestas son grises y si después de junio, México será un país partido en blanco y negro.
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