La noche del jueves 7 de septiembre se registró un terremoto de magnitud 8.2 frente a las costas de Chiapas.
En la Ciudad de México es recurrente la pregunta de si la capital mexicana está preparada para para afrontar un sismos de grandes dimensiones. La respuesta es sí.
Sí, la ciudad, a grandes rasgos, aprendió la lección de septiembre de 1985, cuando más de 4 mil edificios de todos tamaños fueron afectados en alguna medida por los terremotos de los días 19 y 20.
Tres décadas de machacar a la población con simulacros, ejercicios de desalojos, la exigencia de construir edificios con técnicas y materiales que soportan fuertes movimientos de tierra, la invención de la alerta sísmica y, sobre todo, la difusión a gran escala de este alertamiento forman una batería de acciones que hacen que sí, sin duda, la capital más grande del hemisferio tenga mejores herramientas para minimizar los daños de un gran terremoto.
Los capitalinos aprendieron que la alerta sísmica es una herramienta invaluable para sobrevivir.
Minimizar es una palabra adecuada si se toman en cuenta varios parámetros.
Hubo daños menores, pero los hubo: un conjunto de edificios en la Colonia Doctores (Osa Mayor y Centauro) se inclinaron unos centímetros es el más notable. Dos escuelas con bardas caídas, algunas calles con fisuras.
Poquísimo, si se compara con 1985, cuando la catástrofe más grande fue la muerte de más de 12 mil personas, dato obtenido por el Registro Civil de la Ciudad de Mexico, y que se basa en las actas de defunción emitidas a partir del 19 de septiembre y hasta un par de meses después por causas asociadas a heridas provocadas por el terremoto.
Las escenas de devastación de hace 32 años son radicalmente lejanas de las estampas que se observaban durante la madrugada del viernes pasado, cuando en Tlatelolco, las colonias Morelos, Guerrero, Roma, y la zona Centro Alameda lucían semidesiertas y no convertidas en montañas de escombros.
Los capitalinos aprendieron que la alerta sísmica es una herramienta invaluable para sobrevivir. Al inicio del terremoto en la capital del país cientos de miles de personas se encontraban ya en patios, jardines, parques, camellones o sitios preseleccionados como seguros.
La capital oaxaqueña cuenta con una alerta sísmica, pero no Juchitán, ciudad más cercana al epicentro del terremoto del jueves y donde la devastación es enorme.
Los que vive en pisos superiores no se despertaron con el vaivén de sus edificios, sino con la particular sirena del alertamiento, dándoles cerca de un minuto para alistarse para soportar la sacudida.
El daño, sin embargo, existió en otras entidades del país. Hay una dolorosa pérdida de vidas en Oaxaca, Chiapas y Tabasco. De ellos, la capital oaxaqueña cuenta con una alerta sísmica, pero no Juchitán, ciudad más cercana al epicentro del terremoto del jueves y donde la devastación es enorme.
La Ciudad de México tuvo suerte. El epicentro de registró a unos 650 kilómetros de distancia de la capital.
En contraste, el devastador sismo del 19 de septiembre de 1985 se originó en las costas de Michoacán, a menos de 400 kilómetros de la ciudad. Son aproximadamente 300 kilómetros de "colchón" que tuvo la ciudad para que el golpe no fuera tan duro.
A las 21:53 del sábado 9 de septiembre, un sismo de 2.6 grados tuvo epicentro en Tlalpan, en la zona montañosa del sur de la Ciudad de México. Fue un golpe seco, de unos segundos, sin daños, que causó alarma e incertidumbre entre la población, pero que no activó la alerta sísmica. Eso acrecentó la desconfianza entre los capitalinos sobre su eficacia. En realidad no tendría por qué haberse activado.
Cómo funciona la alerta sísmica
Esta fue creada en el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico por un equipo de geólogos e ingenieros que idearon una red de monitoreo sísmico, inicialmente en la costa de Guerrero, el punto de fricción entre placas tectónicas más próximo a la CDMX.
Al registrarse un sismo, un algoritmo calcula su fuerza. Si se trata de un temblor de grandes dimensiones, la alerta se dispara a la velocidad de la luz, tomando ventaja sobre la propagación de las ondas sísmicas en el suelo y subsuelo. Eso permite que los capitalinos tengamos alrededor de 50 segundos para ponernos a resguardo.
La Brecha de Guerrero fue el origen de la alerta. Frente a Acapulco se encuentra un punto de fricción entre las placas de Cocos y la de Norteamérica conocida como la Brecha de Guerrero. En ese punto, no ha sucedido un sismo de grandes proporciones en más un siglo. La energía acumulada quita el sueño a sismólogos, y a autoridades. Cuando suceda, será un monstruo. Nadie sabe cuando ocurrirá, pero no hay duda de que va a pasar.
Pese a sus eventuales fallas técnicas o humanas, la alerta es un tesoro invaluable con que cuenta la ciudad. Una fortuna que no tienen otras ciudades.
Por ello hay que actualizarla, protegerla, difundirla y perfeccionarla.
Será por el bien de decenas de millones de personas.
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