Venezuela fue alguna vez uno de los países más prósperos de América Latina.
En su territorio se asientan las reservas más grandes de petróleo del mundo, dice la OPEP.
Sin llegar a ser un modelo de democracia (nada que ver), Venezuela se hallaba en el proceso de construir instituciones sólidas.
En eso, se dio la elección del excomandante de pelotón de artilleros blindados Hugo Chávez.
Y luego el nombramiento, seguido de una elección fingida, de Nicolás Maduro, su clon miserable y sediento de sangre.
Ahora, vean cómo el sueño se ha convertido en pesadilla. Miren cómo una mezcla de incompetencia y estupidez arrasan con todo en este país, mutilado por una rapaz oligarquía "bolivariana" entregada a una Cuba que se ha desangrado a sí misma y que ya no cree en su propio modelo. Miren cómo ese dictador de pacotilla, al tiempo que extrae los recursos de la empresa petrolera del estado para financiar su clientelismo —y nutre fondos opacos que se manejan sin transparencia por los sátrapas del régimen— deja que su país se rezague junto con esos otros con pobreza masiva y una inflación que rivaliza con las de Zimbabue o la Alemania de Weimar (por recordar solo a un par de dictaduras).
Uno piensa en Cándido a su retorno de la tierra de Jauja, en donde el oro, el petróleo amarillo, fluye libre.
Uno piensa en el mito de El Dorado (como lo cuentan Luis Sepúlveda, Alejo Carpentier y otros), el cual nunca termina bien.
Una razón menos conocida por la cual los eventos en Caracas deberían preocuparnos está relacionada con la lucha en contra del terrorismo y el lavado de dinero con que se financia.
En esta versión de El Dorado, una vez drenado y agotado, el precio a pagar será enorme.
Mientras tanto, el saqueo del país sigue rampante en un contexto de una ola violenta que los ha dejado al filo de una guerra civil.
Ya van 120 muertos en las pasadas semanas.
Las figuras de la oposición, perseguidas, eliminadas, secuestradas, encarceladas. Personas torturadas en estaciones policiales o en las cárceles.
Y ahora, para echarle sal a la herida, una farsa electoral que le ha entregado a Maduro una asamblea deconstituyente con poder absoluto para desmantelar, si así lo quiere, el frágil equilibrio institucional del país.
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Ante este desastre, se me ocurren dos cuestiones.
La primera refleja mi perspectiva francesa, pero igual aplica, de una manera u otra, a cualquier país de Occidente.
¿Por cuánto tiempo más Jean-Luc Mélenchon, candidato en las elecciones presidenciales de Francia en la primavera de 2017 y que ahora aspira a encabezar a la oposición francesa como líder del partido de izquierda —cuyo nombre significa Francia la rebelde (La France Insoumise)— continuará alabando las 'virtudes' de ese régimen asesino?
¿Cuánta gente más tendrá que morir antes de que llame las cosas por su nombre y admita que las fuerzas de seguridad de Maduro no difieren de las que no hace mucho tiempo sembraron el terror en Chile y Argentina?
Por cuánto tiempo más Jean-Luc Mélenchon continuará alabando las 'virtudes' de ese régimen asesino?
¿Qué tendría que suceder para que Mélenchon hable a consciencia (sin que tengan que ver sus alianzas previas o las palabras que ya ha dicho) y admita que se equivocó y que este régimen brutal nunca ha sido una "fuente de inspiración" acertada? ¿Y que reconozca que este chisme de una alianza bolivariana (redactado en el artículo 62 de su fallida plataforma presidencial), que se suponía iba a llevarlo (¡y con él a Francia!) a estar cerca de los herederos de los difuntos caudillos tan queridos (Castro, Chávez...) fue en realidad una mala idea?
Por ahora, parece que no le apresura responder esto.
Como Podemos en España y Syriza en Grecia, como Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, Mélenchon y sus seguidores "rebeldes" parecen creer que su héroe de manos ensangrentadas está excusado por su guerra en contra del "imperialismo".
Y cuando hacen alguna alharaca, es para culpar a las víctimas, como cuando Djordie Kuzmanovic, el siniestro vocero del partido de Mélenchon, comparó a los venezolanos que protestaban pacíficamente por la democracia y el estado de derecho con los golpistas de Pinochet en el Chile de los 70.
O como cuando Alexis Corbière, el flamante miembro de extrema izquierda elegido en la Asamblea Nacional, entre infamia y cobardía, consiguió no solo insultar a los venezolanos que murieron por la democracia (jóvenes de barrios riquillos, implicó Corbière, a quienes les tocó su merecido), sino también estigmatizar a la oposición, que es el blanco de las salvajes milicias paramilitares del gobierno ("algunas veces la gente se quema").
¿Han sido sometidos estos rebeldes a su manera, o son solo rehenes?
Palabras como las de Mélenchon y sus cómplices no son dignas de un partido que aspira a ser visto como la oposición en Francia.
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La segunda cuestión está dirigida a la comunidad internacional, la cual tiene por lo menos dos razones para interesarse en el predicamento venezolano.
Una razón es la responsabilidad de proteger, como está en la carta de la ONU y por la cual se necesitan señales más fuertes en este caso: una condena clara de un valiente Consejo de Seguridad; gestos de apoyo tales como bienvenidas oficiales a líderes de la oposición que aún tienen libertad de acción en París, Madrid y Washington; expresiones de solidaridad por parte de las misiones diplomáticas de Francia, España, EU y otras naciones con el congreso venezolano, al cual Maduro pretende disolver por medio del golpe desde su asamblea constituyente.
Y, por supuesto, sanciones económicas y financieras que vayan más allá de las advertencias chatas del Mercosury la tímida bravuconería de Donald Trump.
La experiencia nos dice que no hay un acto que sea menor o básico para un régimen desesperado.
Una razón menos conocida por la cual los eventos en Caracas deberían preocuparnos está relacionada con la lucha en contra del terrorismo y el lavado de dinero con que se financia. ¿Cuál es el propósito de la alianza —perdón, de la "alianza bolivariana"— que Chávez hizo con Mahmoud Ahmadinejad, el expresidente de Irán? ¿A dónde es que han desaparecido los miembros de las FARC colombianos? Uno de sus líderes, Iván Ríos, me dijo antes de su muerte, en 2007, que miembros de las FARC habían sido enviados "en una misión" al país del "socialismo del siglo XXI".
¿Qué tanta credibilidad se les puede dar a ciertos líderes de la oposición antichavista que han gritado en desolado (por lo menos hasta ahora) que hay más por saber de los vínculos de maduro con Corea del Norte, el presidente sirio Bashar al-Assad, y los renegados mercenarios de Hezbolá?
Estas son solo preguntas. Pero son preguntas que necesitan hacerse.
La experiencia nos dice que no hay un acto que sea menor o básico para un régimen desesperado. La situación en Venezuela necesita comisiones que la revisen, una especie de Tribunal Russell (organizado por el filósofo Bertrand Russell para investigar la intervención militar de EU en Vietnam), y un mayor interés por parte de la prensa occidental, más que el vergonzoso silencio que se ha topado con lo que es, de hecho, un golpe de estado en cámara lenta.
Este texto fue traducido del francés por Steven B. Kennedyse, luego se publicó en HuffPost Estados Unidos y posteriormente fue traducido.
*Este contenido representa la opinión del autor y no necesariamente la de HuffPost México.
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