Para que un mensaje sea exitoso es necesario que el emisor (quien habla o escribe) y el receptor (el que escucha o lee) conozcan el código o lenguaje utilizado para transmitir aquél. Ya sean símbolos, dibujos, letras o palabras, ambos sujetos deben tener el mismo conocimiento del código; si el receptor lo ignora será muy difícil para el emisor enviar exitosamente el mensaje.
Por ejemplo, un alemán no podrá comunicarse con un hindú si ambos ignoran el idioma del otro.
Parecería que todos los hispano-parlantes, por hablar el mismo idioma, no tendríamos ningún problema para comunicarnos entre nosotros. Si bien el código (es decir, el idioma) es similar, existen variantes de él, según cada región o país, que pueden dar lugar a confusiones o malos entendidos.
Por ejemplo, cuando en México escuchamos la expresión "salir en bola", entendemos que un grupo de personas fueron a un lugar juntos, mientras que en otros países la misma frase da la idea de pasear desnudo por la calle.
Los escritos de abogados litigantes son, en la mayoría de los casos, incomprensibles para la mayoría de los miembros de la sociedad.
En la vida diaria, dentro de una misma localidad, pueden coexistir en el mismo idioma, variantes técnicas especializadas. Pongamos 2 ejemplos. Los médicos, al hablar entre ellos o llenar un reporte, no utilizan expresiones coloquiales del tipo "al paciente le duele la panza", sino vocablos científicos, incomprensibles para el común de la sociedad, pero que entre ellos dan la mayor idea posible de la dolencia a tratar o el diagnóstico para curar al enfermo.
El segundo ejemplo que abordaré, de manera más amplia, se refiere a la manera en que nos expresamos los abogados, y que impacta en muchos aspectos de la vida diaria de todas las personas. Ya sea al rentar un departamento o una casa, contratar TV satelital o al adquirir una tarjeta de crédito, los contratos respectivos suelen ser redactados por abogados y, en muchos casos, tienen palabras, frases o párrafos de difícil comprensión para el ciudadano común.
El mal anterior no se limita a los actos entre dos particulares, sino que se replica, y potencializa, cuando interviene el Estado. Basta revisar, por ejemplo, las leyes del impuesto al valor agregado (IVA) o sobre la renta (ISR) para generar un dolor de cabeza al lector.
Lo mismo ocurre en los actos de la administración pública cuando emite convocatorias, licitaciones, resoluciones administrativas, etcétera. En tribunales no es distinto. Los escritos de abogados litigantes, así como acuerdos y resoluciones de los juzgadores son, en la mayoría de los casos, incomprensibles para la mayoría de los miembros de la sociedad.
Quienes vivimos inmersos en el mundo jurídico estamos acostumbrados a redactar de manera pretenciosa y confusa.
Desde el siglo pasado han surgido movimientos que buscan simplificar el uso del lenguaje sencillo en todos los ámbitos de la vida. En el mundo del derecho esto es sumamente importante, pues todos estamos inmersos en un mundo de leyes, reglamentos, sentencias y contratos que rigen nuestra vida cotidiana, sin importar que seamos empleados, burócratas, profesionistas o empresarios. De ahí la importancia que todos puedan comprender de manera clara cuáles son las reglas del juego en el que nos movemos.
Quienes vivimos inmersos en el mundo jurídico estamos acostumbrados a redactar de manera pretenciosa y confusa. Lo hacemos para que el resto de la sociedad tenga que recurrir a nosotros para interpretar lo que hemos escrito en leyes, e incluso, para solventar los conflictos que generamos al ser difícil interpretar un contrato.
En el libro Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, se hace mención a un estudio de la universidad de Princeton en el que se demostró que "la formulación de ideas familiares en un lenguaje pretencioso se toma como un signo de escasa inteligencia y de baja credibilidad".
Es hora de que toda la sociedad, y en especial los abogados, hagamos un esfuerzo para que los textos legales sean de fácil comprensión. No sería mala idea que las reformas a la Constitución Federal o a las leyes fueran revisadas por lingüistas u otros expertos en la materia, para afinar un producto técnico y gramaticalmente correcto, escrito en lenguaje llano.
Que al redactarse un contrato, las cláusulas se plasmen de manera que ambas partes las entiendan perfectamente, con lo que se evitarán problemas en el futuro.
Si seguimos redactando sentencias en lenguaje incomprensible nos iremos alejando más y más del pueblo, que, recordemos, es quien otorga el poder a los jueces de decidir.
En el ámbito judicial, debe ir tomando fuerza la idea de sentencias ciudadanas, es decir, que los juzgadores dictemos las resoluciones de manera que sean entendidas por toda la sociedad, no solo por los abogados. A fin de cuentas, los principales interlocutores de los jueces son los ciudadanos que están involucrados en el juicio, así como el resto de la sociedad.
Si seguimos redactando sentencias en lenguaje incomprensible nos iremos alejando más y más del pueblo, que, recordemos, es quien otorga el poder a los jueces de decidir; poder que se debe instituir en beneficio de toda la sociedad, según ordena el artículo 39 de la Constitución Federal.
Por todo lo anterior no queda duda que la utilización del lenguaje claro es un derecho de todas las personas y una obligación para los órganos del Estado. Es momento de replicar lo que están haciendo en otros países: la implementación de consensos y acuerdos tomados por los poderes judiciales, legislativos y ejecutivos, para que los actos de gobierno sean redactados de manera comprensible para la gente.
Mientras ello no pase, quienes estamos convencidos en este tema tendremos que hacer un esfuerzo individual, materializando la utilización de un lenguaje claro, sencillo y ciudadano en los escritos jurídicos que aprobamos, esperando que sea emulado por otros servidores públicos o instituciones.
*Este contenido representa la opinión del autor y no necesariamente la de HuffPost México.