"Hay que hacerle caso a la gente, sacudirle el polvo y decirles que vamos a salir adelante", dice Axel López, integrante del Grupo 1 Scouts Mextitla, en Morelos. Lo dice en medio de la oscuridad que sin darse cuenta cayó sobre el convoy que hace cinco horas salió de Tepoztlán, Morelos, que cruzó ya muchas localidades en Puebla, buscando llegar a San José El Platanar, ubicado en Chiautla, municipio de esa entidad.
Cinco coches forman parte de esta caravana integrada por gente de la brigada Osiris, de los scouts de Mextitla, de estudiantes de la UAEM, pero también de ciudadanos que en la marcha se unen, ofrecen su auto, sus manos, su conocimiento.
Su idea, y la tiene muy clara desde el principio, es tocar los puntos más remotos, donde la ayuda no ha llegado. Por ello, en el trayecto, viajar al Platanar se descarta y un nuevo objetivo toma su lugar: Ixcamilpa de Guerrero, en Puebla.
"Allá no hay nada, no hay apoyo y nos vamos a ir para allá, no sé a qué hora lleguemos", así, ni la potente lluvia que empieza a caer ni la noche los harán retornar por el camino andado, las horas de carretera, el desconocimiento momentáneo de saber dónde se halla uno, el auto que es dado de baja en la ruta por problemas mecánicos.
Viene una parada para la reestructuración. Con un coche menos habrá que replantear necesidades, los que se van, los que se quedan, los que harán faltan. Están los veterinarios, los médicos, los rescatistas, los ingenieros, los psicólogos y lo acopiado con mucho esfuerzo por el grupo de scouts en Tepoztlán.
"Lo que nosotros hacemos es una labor de contacto que lleva entre 7 y 8 horas; checamos cómo está la comunidad, cómo está la gente, organizamos; ya que les ayudamos a instalar un centro de acopio, un centro médico y conseguimos lo básico, hacemos un inventario de qué hay y qué hace falta para enviar el aviso", explica Axel al HuffPost.
Una vez terminada esa labor, el grupo base regresa a Tepoztlán, donde desde el 20 de septiembre cada día es una vuelta a empezar en la búsqueda de los lugares afectados más recónditos.
Ahí, en la esquina de Avenida Revolución y 5 de Mayo, en el Zócalo, Aminai, de 26 años, coordina un grupo de scouts que acopian ropa, víveres, medicina, donaciones de gasolina, lo que sea, lo que les quieran dar, lo que ellos salgan a conseguir.
Levi, de 12 años; Andrea, 12; Lenika, 12; Angie, 16; Andro, 24; Alejandro, 24; María Fernanda, 13; Jerónimo, 14; Andrea, Rubén, 21; Yanilem, 14; Dania, 14; Víctor, 15; Ilian, 18 y Claudia, de 20 se han concentrado desde la tragedia en dicho punto desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche para recibir la ayuda y, cuando esta no llega, salir a buscarla.
Se sientan, se paran, se aguantan el sol, se aburren, se ríen, platican, se callan, se desesperanzan, pero luego se les olvida, cuando autos o camionetas se estacionan junto a ellos y les preguntan si pueden dejarles lo que traen o cuando alguien pide informes y los deja con la promesa que hasta hoy las mantiene casi apelmazados en este rincón del centro tepozteco.
"Ok, ¿mañana van a estar aquí?, mañana les mandamos algo", la frase que los deja resistiendo.
Más abajo, sobre Revolución, el trajinar por las despensas y la ropa que hacen estos adolescentes desde el 20 de septiembre se ve interrumpido por el mariachi que acompaña a un cortejo fúnebre que interrumpe el clima generalizado de pesar en Tepoztlán, donde ahora parece que una limpieza de chakras o un temazcal no conseguirán sacarlo.
"En este tiempo, hay muchos problemas... ¡y yo ya quiero ir a la escuela!", rompe la frase de la pequeña Clarisse en la labor de la barista de un café, mientras en las mesas del mismo lugar todos hacen estimaciones de cuánto tiempo llevará hacer las reparaciones.
"Esto va a durar", deja escapar alguien, mientras el 19 de septiembre de 2017 parece ya una fecha lejana, porque ha pasado mucho, se ha sufrido mucho y aún está la incertidumbre de otro día más.