Hay lugares en el medio del caos en los que se vive una relativa calma. Y esa calma en sí es un gran logro, porque ayuda a las personas a tranquilizarse, a retomar fuerzas, a lidiar con las pérdidas y el temor; a sanar, en la medida de lo posible, las heridas emocionales y físicas.
Uno de estos lugares es el albergue temporal ubicado en el gimnasio del Centro Universitario México, en la colonia Narvarte, que hasta ayer viernes 22 de septiembre tenía a 108 personas registradas, su cupo máximo.
Solo había visto este lugar en unas fotos en Twitter y se veía relativamente vacío. Esa imagen, de los primeros días, contrastaba con la realidad de ayer: decenas de colchonetas ubicadas organizadamente en el piso y en las gradas, bultos de ropa acomodados cuidadosamente, una corral con pelotas al centro de la pista, doctores en la entrada (el área designada para las personas con mayores complicaciones médicas) y junto a una pared una cama donde una persona da masajes.
Es estremecedor comparar esta tranquilidad con el susto y dolor que estas personas vivieron apenas unos días antes, cuando tuvieron que salir corriendo de sus casas o del lugar en el que se encontraban para evitar morir. La mayoría de los que están aquí ya perdieron sus casas. Hay algunos que salen porque no han derribados sus edificios y ven qué pueden sacar de sus antiguos hogares.
Varias señoras hablan con doctores y voluntarios (muchos de ellos alumnos, exalumnos y padres de familia del CUM); una pareja trata de dormir, lo mismo que su perro; un niño juega tranquilamente sobre una de las colchonetas a la que también llega una mujer cargando un bebé. Hay un hombre al centro de la pista, dormido profundamente. Las botellas de agua abundan.
"Aquí hemos hecho una familia, aquí no hay clasismos, no hay nada; todos somos iguales, estamos en la misma situación", explica Aurora Robles Calvario, una señora que vivía en una calle muy cercana a la escuela y que cuando comenzó el temblor del pasado 19 de septiembre salió corriendo, su casa ahora es inhabitable. La descripción del momento del temblor la hace usando sus manos para replicar el sonido de cuando el edificio de un lado de su casa chocaba contra la pared. Explica, con una confusión comprensible, cómo una pared quedó cuarteada, la abundante presencia de tabiques y una casa deshecha.
"Tengo 52 años y de los terremotos que recuerdo nunca había sentido uno como el del martes, más bien nunca había habido uno, ni el del 85 se sintió así. Este fue como agresivo, como que estaba la tierra enojada, no sé", agrega. Aurora es bonachona, con mucha energía, tanta que a veces se le desborda cuando su narración es interrumpida con lágrimas: "Estamos desde el día martes aquí, ayer (jueves 21) tuve la noticia de que ya no puedo entrar a mi casa porque estaba destrozada. No tengo... dejé todo adentro, no traigo ropa... aquí nos han dado ropa, pero ropa interior no. No tenemos eso ninguna de las señoras aquí".
En todo momento agradece a la directiva de la escuela por la ayuda. Y es que en este lugar se han organizado muy bien. Hasta el viernes 22 en la tarde había atención de 6 médicos, 7 psicólogas, 2 abogados, 2 sacerdotes y 3 pedagogos. Hay actividades para los niños, partidos de futbol y una biblioteca digital para que las personas puedan estar en contacto con sus familias y buscar la información que necesiten, además de la constante atención médica y psicológica que se requiera. Hay entre 45 y 50 voluntarios, dispuestos a hacer lo que se necesite.
"Hacemos 6 momentos de limpieza; adentro del albergue no se guarda comida, todo se guarda afuera en el centro de acopio (en otra parte de la escuela) o llega directo para ser donado, se consume y después continuamos con las actividades", explica Tony Alpizar, coordinador general de albergue y abastecimiento, y además creador de Nahui Ollin (organización de jóvenes voluntarios que atienden a adultos mayores en asilos). Incluso habilitaron un salón atrás del gimnasio para que puedan dormir los casi 60 integrantes de la Marina que trabajan en la remoción de escombros.
Aurora reconoce que su vida, aunque en un momento difícil, tiene instantes felices. Agradece al jugador del Cruz Azul que habló con ella, y que sin decirle que era famoso —y ella sin saber quién era— le regaló una andadera en menos de 15 minutos. "Siento que aquí soy la consentida, me mandaron traer cama especial individual, porque no puedo dormir en las colchonetas que hay, mi esposo sí está en colchoneta. Estoy súper cuidada, ya me peinaron, ya me pude bañar hoy, tenemos agua caliente, me dieron mi kit de jabón, shampoo, cepillo dental, pasta dental, crema. No se han portado de 10, sino de mil".
Naturalmente estos episodios de satisfacción se alternan con choques de realidad: ella no quiere pensar en el futuro ni en las réplicas del temblor, quiere pensar en el hoy. Llora y entonces habla de rentar un cuartito en el que vivirá junto a su marido: "Yo lo voy a pintar, le voy a poner muchos cuadros, lo voy a hacer un hogar. Le voy a poner unas flores, un tapete, así sea de tierra el piso, no me importa. Estoy con mi esposo, estamos de pie. Mi casa la tenía arreglada pues, no importa ahora dónde nos vayamos, yo lo voy a hacer un hogar, no una casa".
Esa imaginación es síntoma de que la ayuda está funcionando y de que ella mira al futuro con esperanza.