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Brigadas ciudadanas, el orgulloso caos que va levantando a Morelos

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En Morelos, la confusión y las ganas de ayudar son del mismo tamaño tras dos días del sismo, "como nunca antes se había sentido", que interrumpió a la 13:15 horas del 19 de septiembre de 2017 la vida de los morelenses.

Pero en medio de todo eso, como una presencia inevitable, está la desconfianza en las autoridades que, en momentos como este, hace que sean los ciudadanos los que reúnan víveres, organicen brigadas, recorran las zonas de desastre para ver qué se necesita, tomen sus autos y busquen llegar a todos los puntos posibles a entregar una despensa, agua, algo de comer, pero también a sacar escombro, levantar láminas o apuntalar muros.

Porque cuando crees que tu gobierno puede engañarte, tienes que hacer algunas cosas por tu cuenta, aún más, en medio del desastre y entre las crecientes denuncias de que la ayuda no está llegando o que las autoridades están reteniéndola para que sean ellos quienes entreguen los víveres, bajo sus términos.

Así, el zócalo de Tepoztlán se encuentra convertido en una especie de centro de operaciones, al que llegan ofertas diversas: alguien que viene en muchos carros desde el Estado de México con toneladas de ayuda, un señor de edad avanzada que entrega una bolsa de plástico con algunas cosas "sencillas" –dice—o gente como Paola que dice 'quiero ayudar, traigo una camioneta, qué necesitan'.

Entonces se empieza a bocear a dónde partirán las brigadas: Hueyapan, Axochiapan, Jojutla... Las personas se congregan como hormigas para anotarse en alguna lista y convertirse en voluntarios.

Todos hacen lo que pueden y tocan su parte en una caótica sinfonía, lo importante es irse ya, llegar, ayudar... la premura se les adivina en las manos, en los gritos, en las cadenas de gente para acarrear las cajas con víveres.

SOBRE EL AGUA GRANDE

Tezca levanta la mano, está su camioneta para transportar lo que sea. Serán Quetza, José y Carlos quienes viajen con él hacia el lugar sobre el agua grande: Hueyapan.

Un arquitecto, un estudiante, un permacultor y alguien que se dedica a "nada" pasarán, aún no lo saben, más de 12 horas juntos para desahogar sus manos con ganas de ayudar.

"Oiga, joven, ¿van a llevar víveres? Es que fíjese que hablaron de Hueyapan para decir que necesitan algo, que no ha llegado nada", dice una mujer de trenzas largas que sale de un negocio de la zona para aproximarse al auto rojo de Tezca que se alista a partir. Como ella, un par de mujeres más harán lo mismo, refiriéndose a otros lugares.

El sismo toma el primer lugar en la conversación obligada, el cómo "se sintió machín" y después las teorías con su posible relación con las manchas solares o el HAARP (programa de investigación de aurora activa de alta frecuencia) y cómo el eclipse del pasado 21 de agosto fue "la gran señal".

Son los primeros minutos de esta comitiva ciudadana, conformada por siete carros y un camión con víveres. Hay que esperarse, cargar gasolina, aguardar al último carro para salir todos juntos. La logística se va armando en la marcha.

Hay libre paso en las casetas para las brigadas ciudadanas, entonces sí, parte una caravana que es dirigida a toda velocidad, hay que acelerar, apretar el freno para aguardar a los que vienen detrás. Los autos y motos que se cruzan en el camino hacen sonar sus cláxones en apoyo a la caravana.

Un hombre con sombrero de paja y ropa de manta, montado sobre una moto, extiende a nuestro paso una cartulina blanca: "Dios los bendiga".

Veinte de los 33 municipios del estado de Morelos, necesitan ayuda.

TRÁFICO DE AYUDA

La caída de un árbol y restos de diversos deslaves complican, en principio, el paso. Más adelante, serán las filas de autos con estudiantes, familias, amigos llegados de Guanajuato, Veracruz, Ciudad de México o el Estado de Mexico que afanosamente buscarán llegar a los lugares donde un rumor extendido señala que se requiere ropa, comida, agua, medicina para entregarlas de mano a mano, de un mirar a un mirarse... mientras en la radio local, la presidenta del DIF estatal, Elena Cepeda, insiste en que los víveres se canalicen a la institución que encabeza.

El destino de la brigada está marcado, junto con el de decenas de autos que también se dirigen a ese lugar, aunque en el camino salgan al paso personas que con cartulinas o aspavientos griten que se necesita ayuda en Alpanoca, San Miguel, Santiago, San Agustín, Tlamimilulpan, Santa Cruz...

Hasta el 21 de septiembre, en Morelos sumaban 73 víctimas mortales.

Entrar a Hueyapan se torna complicado, una larga fila de autos con víveres se convierte en una espera de 45 minutos para llegar al centro de acopio. Los lugareños se reúnen en las puertas de sus casas, en las banquetas, se hablan muy cerquita al oído, sonríen, voltean la cara... nunca habían visto tanta gente llegar ni a los coches enredarse en estas calles como serpientes.

Óscar Rodríguez, de Milpa Alta, logra su objetivo. En el jardín de la dañada iglesia de Hueyapan, organiza a alrededor de 40 personas que lo acompañan. Los hombres toman palas, picos, cascos para ir a levantar escombro; mujeres y niños ayudan a separar ropa, hacer tortas, llenar las bolsas con despensa. Más tarde acudirán a repartirlas casa por casa.

Ramón Pérez, jefe de manzana en Hueyapan, se convierte en un semáforo humano, ante la andanada de autos y el caos de las ganas de ayudar, hay que organizar el tránsito. Sus brazos llevan horas, cediendo el paso, marcando un alto...

Les vamos a pedir que entreguen y desalojen el lugar cuanto antes".

BUSCANDO LA NECESIDAD

Entre el calor plomizo, el camino detenido, la espera y la desesperación asomada desde las ventanas de los autos en las miradas de quienes buscan hacer algo, lo que sea, por ayudar, los brigadistas ciudadanos se convierten en una especie de caza necesidades en las zonas a las que el Ejército llega dos días después o en las que, incluso, aún no llega.

En la ruta aparecen los niños de nadie, los niños solos, los niños de la mirada abierta por la sorpresa de la anormalidad, pero también los perros de todos y de nadie, la gente que entre polvo carga ya algunas bolsas con despensa. Se sabe que ahí, ya llegaron brigadistas, y hay que ir a buscar dónde más se puede hacer algo.

Así se llega a Tlamimilulpan, donde la gente duerme en la calle y no tiene luz.

"No tenemos nada, necesitamos todo", dice una mujer con la voz anudada en la garganta. La brigada reparte todo lo que trae, pero se sabe que no es suficiente, las manos que se estiran y las miradas hablan de la enorme carencia que, aquí, el sismo terminó por convertir en abismo.

Todos sabemos que en Tlamimilulpan algo nos pasó, nadie dirá nada, nadie dirá, hasta horas después, que el dolor se le aprehendió en el estómago muy hondo.

Otra vez hay que ir a cazar una desgracia.

EL DOLOR DE CABEZA QUE NO SE VA

Llegamos a Jumiltepec. Ahí algunos dicen que ya no se requieren víveres, otros que sí. Que no han pasado las brigadas de salud, otros que sí. Que no ha acudido nadie del gobierno, otros que sí.

En medio de todo, lo que queda es confiar y buscar algo que hacer.

Hasta ahora no se han reestablecido las clases en la entidad y la mayoría de los comercios permanecen cerrados en las comunidades afectadas.

Álvaro Méndez, habitante del lugar, incluso nos regala cubetas con aguacates. Por el desastre no ha podido salir a vender y de guardarlos se le echarán a perder.

Elizabeth y Amalia regresan del centro de acopio, les dieron comida y pañales, sus hijos juegan en torno a ellas mientras caminan. Cuentan con una sonrisa que ya están mejor, pero que ese día.... "ya no sabíamos qué nos dolía, el estómago, la cabeza. Fue muy feo, pero aquí estamos."

Más adelante, Juana Ayala, de 77 años camina con su perro delante y lo poco de despensa que le cabe en las manos: "Mi casa no se cayó, pero está muy partida y no me meto –dice mientras en sus ojos se avecina un breve llanto—se necesita todo, porque no hay nada en las tiendas."

Otra vez se toma la ruta. "¿Necesitan algo? ¿Podemos ayudar?" grita José desde el auto a un grupo de personas reunidas a la orilla del camino. "No gracias, aquí estamos bien, gracias", al fondo otra voz se encima "Muchachos, ¿no quieren una torta?". La gente a la que se busca ayudar, da, ofrece, sonríe, se sincera. "Gracias", "Adiós", "Que les vaya bien", "Buen camino", "Dios los bendiga"... Las lecciones y las frases al final del día.

Más adelante, encontraremos a Cecilia y Gabriela Gallardo; la casa de su madre, muerta hace un año, se cayó completamente. Vinieron desde Ciudad de México, donde habitan, a ver qué se podía rescatar y bardear "aunque sea el terreno, para que no se metan, porque ahorita no sabemos qué vamos a hacer".

Es feo, ver que el lugar en el que creciste, el lugar de tu infancia, ya no existe.

En la calle de Aquiles Serdán #8 se levanta una polvareda. La cocina de la casa de Norma Leticia Sánchez se desplomó. La brigada se une a remover escombro, cargar, limpiar...

"Estamos muy espantadas (ella y sus dos hijas), estábamos como en un película de terror, no paraba de temblar. Nunca había pasado algo así, no hemos podido dormir, tenemos que dormir aquí en el patio con una vela y el dolor de cabeza no se nos va".


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