
En la calle de Gabriel Mancera, justo a unos pasos antes de llegar al Eje 5, hay un remolino de personas. A lo lejos sólo se polvo, pero no: son escombros. Un edificio quedó totalmente aplastado.
La gente se organiza hablando muy bajo: hay que hacer el menor ruido posible para poder escuchar a quienes estén atrapados pidiendo ayuda.
Resulta asombrosa la manera tan natural en que todos se han organizado. De un lado, ya se formó una cadena de personas que va pasando, mano a mano, piedras y escombros. Frente al edificio derrumbado, hay mesas improvisadas que reciben cubetas, tapabocas, cobijas y sobre todo, agua embotellada.
Parece que soy la única que no hace nada más que tomar fotos: busco a quien pudiera estar organizando a la gente pero al parecer todos se van acoplando a lo que van viendo: unos llegan con escobas y cubetas y van sacando lo que otros les van pasando. Una persona me dice: "si solo viene de pasada, aunque sea llévese algo de escombros, hay mucha gente ahí atrapada".
Llegan dos camiones con militares, a los que todos les abren el paso. No hay mucho qué hacer: "tenemos que seguir quitando escombros", grita para que todos escuchen.
Alrededor hay infinidad de ruido de ambulancias y sirenas, pero cerca de estas ruinas nadie habla fuerte: tenemos que estar atentos a escuchar si alguien nos está llamando.
Un camarógrafo se acerca pero no llega muy lejos, entre varios le piden que no se acerque demasiado: estorbar puede retrasar el rescate de alguien.
Yo intento grabar desde un poco más lejos. Alguien me da un tapabocas, es tanta la tierra que está saliendo que ya no distingo qué es lo que tengo enfrente.
De pronto llega una persona corriendo pidiendo ayuda: ofrece palas de su tienda y guantes pero necesita que le ayuden a llevarlas. Varios corren en su ayuda.
La gente que llega a ayudar parece no terminar y casi nadie llega con las manos vacías: cuerdas, tapabocas, aguas... Hay muchos jóvenes pero también personas mayores. "Esta es mi colonia y no me voy a quedar nomás viendo".
Los vecinos de edificios cercanos no entran a sus casas, temen una réplica que les dañe su edificio también. "Se escuchó horrible el crujido de las paredes al caer... pero no se oyeron gritos de auxilio", narra don José, el portero del edificio de a lado.
En la calle, que ya permanece cerrada, hay un preocupación adicional: hay muchos edificios cuarteados y con vidrios rotos, así que nadie se atreve a entrar para desconectar el gas.
"Los bomberos han entrado a algunos lugares a revisar pero no se dan abasto".
Más adelante una señora, en una silla acomodada en un árbol, ofrece su celular a quien desee llamar a casa o buscar a alguien.
Otro más va diciendo a los que estamos cerca: en División del Norte y Nicolás San Juan hay más edificios derrumbados, para que no todos nos quedemos aquí... Muchos le siguen.
Antes de retirarme llegan varios jóvenes con cajas de botellitas de agua. Entregan a todos: "si se van a quedar aquí más vale que se hidraten".
Se me acerca uno de los militares: "¿dijo que es de la prensa? Necesitamos más manos, y cubetas y guantes, aquí los esperamos antes que se llegue la noche".